Una vez me preguntó si yo no creía que dar clases era "desperdiciar" mi inteligencia.
Y yo ese día lloré. Por darme cuenta que no me conocía y por darme cuenta que estaba en una relación con fecha de vencimiento. Yo no iba a poder estar al lado de una persona que pensara eso de la carrera que yo había elegido. No podía creer, mientras lo escuchaba hablar, que me estuviera preguntando eso a mí, que intentaba enseñarle cosas a diario y que le decía, con un orgullo de mujer enamorada, que enseñarle esas cosas a diario me llenaba de alegría. Siempre supimos que fue mi mejor alumno y quiero seguir creyéndome su mejor profesora.
Hoy me gustaría decirle que con eso me dio tantas fuerzas y que nunca estuvo tan equivocado.
Hoy me gustaría contarle que, desde que doy clases, tengo la cabeza más al filo que nunca. Que no paro de leer cosas nuevas y que no paro de tomarme examen constantemente.
Que, desde que doy clases, ejercito esa inteligencia, que está tan lejos de ser despediciada.
Que dar clases me demuestra que nací para esto y que ocupo todos mis días en enseñar cosas nuevas a gente que alguna vez, aunque yo no lo sepa, lo valore.
Por lo pronto, yo sí lo valoro.
Yo sí me valoro.
Y con eso me basta.